
Cuando entramos en las grandes ligas la cosa cambia. Lo que antes era tan simple como jugar a vivir, se transforma en vivir jugando. Las relaciones se vuelven complejas, complicadas. Lo que antes se resolvía en rabietas y 10 minutos de morros se convierte en barreras insalvables que distancian a la gente.
No sabemos comunicarnos porque cada uno tiene su propio lenguaje. Intentamos escudarnos en la ironía, la ambigüedad o el humor para esconder lo que realmente queremos decir... si luego sale mal siempre tienes una red de seguridad para evitar que la caída sea demasiado dura.
A veces creo que nos hemos reducido a sombras que difuminan nuestras reales intenciones, nuestros verdaderos sentimientos. Nuestros miedos e inseguridades nos impiden mostrarnos tal y como somos... así que optamos por el fantasma, la sombra, la máscara.
Tengo ganas de poder hablar sin tener que dar explicaciones, equivocarme y no tener que buscar excusas... pero bueno, supongo que hay que seguir en este juego que es la vida y jugar mientras valga la pena. Es un juego exigente, diario e implacable..., no atiende a lógicas ni razones. Pero así es la vida.
Seguiré jugando, ¡qué remedio!, pero intentando recordar lo más importante de todo: ser feliz es lo que hace que jugar valga la pena.